ANTE LA INJUSTICIA, LA PROTESTA. Porque hay momentos en los que callar se vuelve una culpa y hablar se vuelve un deber, un deber ciudadano, un desafío moral, un imperativo del que no es posible escapar, a expensas de que te hagas cómplice de hechos y situaciones, que son contrarios a derecho, justicia y moral. No tengo afiliación política alguna, por eso expreso mi opinión ante lo que considero injusto, amoral y contrario a derecho. A lo largo de estas páginas, a modo de crónica, podrás ver la anatomía e idiosincrasia de fenómenos políticos y sociales del país, que evidencian un sistema que aún brillando, alberga degradación, podredumbre y repugnancia en su interior.

 

2025                                        

LA OPINIÓN Y EL ANÁLISIS


 

 

Las buenas gentes del pueblo

Siempre se ha dicho que la vida en los pueblos es más sana que en las ciudades: que sus gentes son cálidas, amables, cercanas. Pero la realidad, al menos en muchos lugares, es más compleja. Junto a la buena gente, existen individuos que convierten la envidia y el rencor en un modo de vida. Personas que se dedican a murmurar, difamar y sembrar discordia, mancillando la reputación y la tranquilidad de sus vecinos.

 Durante nuestra trágica guerra civil, esta faceta lamentable de la vida en los pueblos dejó huellas imborrables. Familias arruinadas, bienes destruidos, relaciones rotas… todo por la inquina y la maldad de quienes no podían soportar los éxitos ajenos.

Hoy, aunque vivimos en tiempos distintos, la esencia no ha desaparecido: la envidia sigue siendo un motor poderoso de resentimiento y conflictos. En muchas comunidades pequeñas, el estatus social y la riqueza marcan diferencias profundas. No es extraño que quienes poseen modestos recursos y una gran dignidad sean menospreciados, mientras que aquellos que presumen de ser ricos puedan carecer de nobles valores, pero se consideren superiores.

El cotilleo, lejos de ser un pasatiempo inofensivo, se convierte en un arma: hablar bien a la cara y poner verde a las espaldas. La rutina, el aislamiento y la falta de contacto con personas nuevas alimentan este comportamiento. Y así, muchos jóvenes y mujeres se ven obligados a abandonar sus pueblos, cansados de un ambiente que en lugar de enriquecerlos, los desgasta. No toda la gente de pueblo es mala.

Siempre hay excepciones: vecinos honestos, generosos, leales, cuya humanidad y principios destacan entre la mediocridad del cotilleo y la envidia. Son ellos quienes nos recuerdan que la bondad todavía existe y que vale la pena seguir creyendo en la gente. Sin embargo, debemos ser conscientes de la tendencia general: en muchos pueblos, la envidia y la maldad han transformado comunidades que podrían haber convivido en armonia, en espacios donde los resentimientos y los odios condicionan la vida cotidiana.

 La reflexión es necesaria: necesitamos reconocer estos comportamientos, no para condenar a todo un pueblo, sino para aprender a protegernos de la toxicidad y para valorar a quienes realmente merecen nuestro respeto y aprecio. En definitiva, la vida en los pueblos puede esconder tanto belleza como mezquindad.

 Aprender a distinguir entre la buena y la mala gente, cultivar la solidaridad y preservar la dignidad propia y ajena es, hoy más que nunca, un acto de resistencia frente a la envidia, el rencor y la maldad que aún persisten.