Vivir en sociedad exige el respeto a las reglas

El derecho a hacer lo que a uno le plazca, debe llevar implícito la obligación y el deber de cargar con las consecuencias, porque todo derecho conlleva responsabilidades, a expensas de que quieras vivir como en la selva: en anarquía, desorden y libertinaje. No olvides: el camino del derecho debe ir paralelo al camino del deber. Eso es vivir en sociedad: toda la libertad, mientras se mantenga todo el respeto y responsabilidad.

Navidad: Entre las Luces que encandilan y las sombras que permanecen

Llega la Navidad, ese periodo en el que (al menos en teoría) todos esperamos lo mejor de las personas. Las calles se llenan de luces, las casas se preparan para recibir a la familia y el ambiente parece teñirse de una calidez especial. Es la época que muchos consideran un refugio emocional: un momento para celebrar el amor, la comprensión y la alegría de estar juntos una vez más. Sin embargo, detrás de la brillante postal navideña se oculta otra realidad que demasiadas veces preferimos no mirar. Para muchas personas, la Navidad no es una fiesta; es una herida abierta. A algunos les recuerda a quienes ya no están. Otros sienten que mientras el mundo entero se abraza, ellos caminan solos. Y están quienes simplemente detestan el despliegue excesivo de banquetes, comidas interminables y brindis encadenados que parecen ignorar (o peor aún, normalizar) las tremendas desigualdades que nos rodean. Porque mientras en un lado de la ciudad se descorchan botellas, en otro se apagan radiadores. Mientras unos discuten si el menú será cordero o marisco, otros harían cualquier cosa por asegurar una comida caliente. Mientras algunos llenan carros rebosantes en centros comerciales, millones sobreviven en la pobreza, con la esperanza puesta no en los regalos, sino en que al menos no falte lo imprescindible. No es que estas contradicciones no existan el resto del año. Pero en Navidad duelen más. Porque este periodo, que se viste de generosidad, solidaridad y buenos deseos, multiplica también la sensación de injusticia en quienes contemplan desde fuera la fiesta de los privilegiados. Y no es difícil entender por qué muchos ven esta temporada como un ejercicio de hipocresía colectiva: un escaparate luminoso que tapa, aunque sea por unas semanas, la crudeza cotidiana del mundo. A esto se suma otro aspecto incómodo: el enorme negocio que se mueve alrededor de la Navidad. Desde el consumo desorbitado hasta las instituciones religiosas que, aunque predican humildad y ayuda al prójimo, no siempre muestran la coherencia que cabría esperar. El contraste entre los discursos piadosos y ciertos gestos ostentosos genera un malestar evidente en quienes perciben en todo ello un doble rasero difícil de ignorar. Y así, cada año, mientras algunos celebran la “época más bonita del mundo”, otros solo desean que pase cuanto antes. No se trata de arruinar la Navidad a nadie. La alegría compartida es valiosa y merece ser celebrada. Pero también es necesario que, en medio de las luces, alcemos la vista y reconozcamos las sombras. Que no usemos la Navidad como una excusa para tranquilizar conciencias, sino como una oportunidad para cuestionar la desigualdad estructural que nos atraviesa como sociedad. Quizá la verdadera esencia de estas fechas (si es que existe) no esté en los regalos ni en los banquetes, sino en la capacidad de mirar más allá de nuestra burbuja. De recordar que la empatía no debería ser estacional, que la solidaridad no debería depender de un calendario, y que el mundo necesita mucho más que buenos deseos envueltos en papel brillante. Si la Navidad quiere ser un símbolo de humanidad, entonces debe empezar por reconocer la de quienes sufren. Solo así, tal vez, deje de ser un ritual repetido y se convierta en algo real: un momento donde la luz ilumine también a aquellos a los que siempre se les deja en la sombra....seguir leyendo....