2025                                        

EL ANÁLISIS

 

 

Que solos se quedan los pueblos.

 

Muchos me tratarán de exagerado, pesimista o alarmista, pero la situación  en que se encuentran nuestros pueblos la comparten  otros muchos en la llamada España vaciada. Y aunque el testimonio sea crudo, hemos de aceptar que esta deriva es imparable, ante un abandono rural derivado de la  falta de oportunidades,  del envejecimiento poblacional y de un modelo social y económico centrado en las grandes ciudades, entre otras muchas causas.

Y está claro que nuestros pueblos van quedando solo para el verano, época en que recuperan su vida, su chispa, su alegría y su vida. Prueba de ello es ver como después de vacaciones de verano la algarabía de los chiquillos, el bullicio de los veraneantes y la alegría y vidilla de la juventud ha desaparecido, apagando las calles y evidenciando una soledad que impresiona, pues puedes recorrer el pueblo a las 12 de la mañana y no encontrarte a una sola alma por las calles.

Si, poco a poco, nuestros pueblos van perdiendo el apogeo del que gozaron en sus mejores tiempos. Hoy, la población que queda es mayoritariamente adulta: casi un 67% son personas mayores, en una demografía que no deja de retroceder. Los pocos ancianos que aún resisten van desapareciendo, y los escasos jóvenes que aún permanecen acabarán, tarde o temprano, buscando su futuro lejos del pueblo.

La falta de niños ha provocado el cierre de escuelas, y el éxodo hacia las grandes ciudades parece imparable. Pese a los esfuerzos de muchos alcaldes, que han impulsado mejoras significativas para hacer más habitable el entorno rural, lo cierto es que no ha sido suficiente. El futuro de muchos pequeños pueblos, lamentablemente, parece ya sentenciado.

La agricultura, base histórica de la economía local, se ha convertido en una tarea sacrificada, ingrata y sin garantías de progreso económico ni social. Los jóvenes huyen de ella, dejando el campo en manos de quienes aún no se han jubilado, una minoría en una población envejecida en la que predominan los pensionistas.

Mientras tanto, los comercios y bares van cerrando. Los pocos que resisten apenas generan lo suficiente para cubrir impuestos y gastos. Todo indica que, en pocos años —quizás tres, cinco a lo sumo— muchos establecimientos cerrarán definitivamente o abrirán solo durante el verano.

La juventud que abandonó el pueblo en busca de mejores oportunidades apenas regresa, salvo durante las fiestas o en época estival. Prueba de ello es la continua pérdida de habitantes: según el INE, en menos de 10 años la población se ha reducido a una tercera parte.

Porque en los pueblos ya solo quedan los abuelos. Nuestros mayores, que poco a poco, y de forma inexorable, también nos dejan, por ley de vida.

Hoy, son apenas un puñado de jóvenes con sus tractores y su ganado quienes sostienen la agricultura. Sin industria, sin servicios suficientes y sin relevo generacional, el futuro es incierto. Y aun así, damos gracias si todavía conservamos un bar, una panadería, una tienda, una farmacia, un albañil, una cosechadora... La lenta, pero continua despoblación es inexorable e imparable. Aún así siempre será nuestro querido pueblo, al que regresaremos siempre que tengamos oportunidad, .. aunque cada vez menos...

Porque con cada puerta que se cierra, se apaga un poco más la vida en nuestros pueblos.