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2025
El Pueblo no se olvida
Todos sabemos que
nuestro pueblo ya no es lo que fue. Las calles, antes
llenas de vida, se han ido quedando en silencio. La
mayoría de los que aquí vivimos somos personas mayores,
y los pocos jóvenes que aún resisten lo hacen con
esfuerzo, luchando día a día con sus tractores, su
ganado y su compromiso por mantener viva una forma de
vida que parece cada vez más olvidada. La realidad es dura:
la población se
reduce año tras año. Las escuelas cerraron por falta de niños. Los bares y
las tiendas apenas sobreviven, y muchos ya abren solo en verano, cuando
vienen los que se marcharon. La juventud se fue en busca de un futuro que
aquí, tristemente, no han encontrado. Y no se les puede culpar: sin
industria, sin oportunidades, sin servicios suficientes... ¿qué les
ofrecimos para quedarse? Los alcaldes han hecho lo que han
podido, mejorando calles, arreglando infraestructuras, apostando por la
habitabilidad. Pero la raíz del problema es más profunda: el abandono del
mundo rural ha sido progresivo, y poco o nada se ha hecho desde más arriba
para revertirlo de verdad. Las grandes ciudades tienen lo que los jóvenes y
adultos buscan: oportunidades de trabajo, de estudio, de ocio y servicios
públicos, lejos del terruño ingrato y sacrificado. Pero lo que más duele es ver cómo vamos
perdiendo no solo vecinos, sino también identidad. Duele ver cerrar un
comercio de toda la vida, un bar donde compartimos charlas, una tienda
que nos sacaba del apuro. Duele ver cómo se van nuestros mayores (ley de
vida), los que levantaron este pueblo con sus manos, y cómo cada casa
cerrada es una historia que se apaga. Y sin embargo, aún hay algo que no
hemos perdido: el sentido de
comunidad. A pesar de la idiosincrasia rural, aquí nos conocemos todos, nos ayudamos, compartimos
alegrías y también penas,, y aunque como en todos los sitios haya
antagonismos, rencores o viejos odios, la buena gente predomina, mostrando
empatía, solidaridad y un buen ambiente social. Esa cercanía es un valor que no tienen las grandes
ciudades, y quizás en eso esté nuestra esperanza. La esperanza de que todos
los jubilados (sin las ataduras de un trabajo) regresen un día a aquel hogar
que dejaron por circunstancias de la vida. Y no escribo para resignarnos, sino
para recordar que mientras estemos y vivamos en nuestro pueblo, merece la
pena cuidarlo, valorarlo y mantenerlo digno. Y quién sabe, tal vez si nos
unimos, si alzamos un poco más la voz, si buscamos nuevas ideas o ayudas,
algo se pueda recuperar. En todo caso con mucha o con poca
gente, el pueblo no se olvida, permanecerá y siempre será ese lugar al
que desearemos
venir aunque solo sea por vacaciones o en fiestas.
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